Flores amanecía tranquila, con ese silencio que solo se rompe por el suave golpeteo del agua contra las lanchas. Desde el malecón, vi al barquero levantar la mano, invitándome a subir. “San Miguel, veinte quetzales ida y vuelta”, me dijo con una sonrisa. No lo pensé dos veces.

La lancha se deslizó sobre el lago Petén Itzá, dejando atrás las fachadas coloridas de la isla. El viento en la cara y el reflejo del sol sobre el agua hacían imposible no sentir que el día prometía algo especial. Diez minutos después, desembarcamos en el pequeño muelle de San Miguel. Ahí empezaba la verdadera aventura.

La caminata hacia el mirador es corta, unos 15–20 minutos cuesta arriba por un sendero rodeado de vegetación. El calor húmedo del Petén se hace sentir, pero la sombra de los árboles y el canto de las aves acompañan cada paso. Cuando llegas a la cima, el esfuerzo queda justificado: el mirador ofrece una vista panorámica impresionante de Flores, con sus techos rojos flotando sobre el lago y el verde infinito de la selva más allá.

Mirador de San Miguel, Peten, Guatemala
Mirador de San Miguel, Peten, Guatemala

Después de un rato contemplando el paisaje (y tomando las fotos obligadas), el siguiente destino estaba claro: Playa Chechenal. Desde el mirador, el camino sigue en descenso hasta llegar a esta playa de arena blanca y aguas turquesas. El contraste con el verde intenso de la selva es hipnótico.

No hay nada como lanzarse al agua después de la caminata. Flotar en el lago, con el sol brillando y la isla de Flores a lo lejos, es la recompensa perfecta. Algunos viajeros llevan picnic; otros, como yo, simplemente se dejan llevar por el momento.

Al final del día, la misma lancha me devolvió a Flores, justo a tiempo para ver cómo el cielo se pintaba de tonos naranjas y rosados. Un recorrido así, entre miradores, senderos y agua cristalina, es la mejor forma de recordar que en Petén, la aventura siempre está a unos minutos de distancia.

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